domingo, 10 de febrero de 2008

Laponia finlandesa


La Laponia finlandesa es una vasta extensión de llanuras interminables y suaves colinas, salpicada por lagos y escasamente poblada, que ocupa el tercio norte del país, por encima del círculo polar ártico. Los lapones son un pueblo tradicionalmente nómada que no entiende de fronteras. Su geografía comprende amplias zonas de Suecia, Noruega, Finlandia y una pequeña parte de Rusia.

Hace más de 6.000 años los lapones habitaban todo el territorio finlandés pero desde entonces, con las sucesivas oleadas migratorias de los países vecinos, han sido desplazados hacia el norte. En el año 1600 fueron convertidos al cristianismo y sus prácticas religiosas fueron declaradas ilegales. Hoy en día, de los 200.000 habitantes de Laponia, sólo 4.000 son descendientes de los antiguos lapones, reconocibles por su piel más oscura y sus facciones asiáticas. Algunos se dedican al comercio y a la artesanía, pero la mayoría subsisten de la cría del reno.



Vale la pena viajar al ártico durante los meses de Mayo a Julio, cuando el sol de medianoche se niega a esconderse. Una de las experiencias más inolvidables consiste en observar cómo el astro rey desciende por el horizonte y, cuando parece que va a ocultarse, remonta de nuevo su recorrido, elevándose poco a poco. Cuando por cualquier contratiempo te levantas a las tres o las cuatro de la madrugada, te desconcierta la claridad que lo inunda todo. Dicen los finlandeses de ellos mismos que se vuelven locos durante esta época del año. Acostumbrados a pasar un largo invierno de oscuridad y frío, al llegar el verano se pasan todo el día al aire libre, duermen poco y derrochan energía a la menor ocasión. Están tan ávidos de luz y calor que construyen sus casas con amplios ventanales y modernos sistemas de calefacción, pero sin persianas ni refrigeración. No les importa dormir con luz y soportan estoicamente el calor que en los veranos más cálidos puede superar los treinta grados de temperatura al mediodía.

A medida que avanzamos hacia el norte del país, los pueblos se hacen cada vez más distantes y menos densos. Ésta es otra de las características que sorprende de esta región. Lo que en el mapa está marcado como una supuesta población, se limita en muchos casos a unas cuantas casas dispersas. Si preguntamos por el centro del pueblo a un lugareño nos enviará, si entiende lo que buscamos, a un punto indeterminado donde se agrupan a lo sumo tres pequeñas construcciones: la oficina de correos, un pequeño supermercado y un restaurante o café. En este país hay terreno para todos y a los finlandeses les gusta conservar su independencia y su espacio vital. Quizás sea éste, el respeto por la propia independencia, un rasgo del carácter de este pueblo, que ha luchado a lo largo de su historia por no someterse ni al imperialismo sueco ni al ruso. Y quizás sea una consecuencia de este rasgo el gran sentido práctico que poseen para organizarse. Resulta, por ejemplo, muy costoso, en un país con pequeños pueblos diseminados, mantener una red de transporte público por carretera. La solución adoptada consiste en que los repartidores de correos reserven la parte trasera del automóvil para transportar, por un módico precio, a ocasionales viajeros que no disponen de vehículo propio. También es difícil y poco rentable encontrar personal para atender los restaurantes –Ravintola en finlandés-. Por eso la mayoría de estos locales son de tipo self-service.

A este sentido práctico de sus habitantes se añade una hospitalidad fuera de lo común. En una ocasión, la celebración de un festival de música había colapsado la acomodación en los tres hoteles de Lieksa, una ciudad mediana del norte de Carelia. Eran ya altas horas de la noche y la perspectiva de dormir en un sitio resguardado era casi nula. El trabajador de un bar se interesó por aquel turista perdido y telefoneó a un camping cercano. También estaba completo pero insistieron en que me acercara al lugar, que alguna solución encontrarían. Cuando llegué, habían acondicionado la sauna -a aquellas horas vacía y a temperatura ambiente-, y con mantas y almohadones improvisaron una cama confortable. No quisieron cobrar ningún importe, y eso que la habitación incluía un completo baño para mi uso personal.

En Finlandia, y sobre todo en Laponia, tarde o temprano uno acaba tomando una sauna pues forma parte de la vida cotidiana de sus habitantes. Se trata de una buena ocasión para romper algunos estereotipos sobre esta actividad. Para empezar, muchos finlandeses entran en la sauna provistos de refrescos y cervezas. Casi siempre encontraremos una máquina expendedora en la entrada. En vez de tumbarse y aislarse del resto del mundo, adormecidos por el vaho, los finlandeses aprovechan este momento para conversar relajadamente. Resulta, así, una de las formas de sociabilidad más habituales.

En la segunda guerra mundial Laponia fue ocupada por las tropas alemanas que, durante su huida, destruyeron la mayoría de las construcciones. Por esta razón y porque la mayoría de los edificios públicos y religiosos eran de madera, es difícil encontrar construcciones antiguas. Una de las mejor conservadas es la iglesia antigua de Tornio, en el sudoeste de Laponia, construida en madera en el siglo XVII. El interés de visitar estas tierras se concentra, pues, en el enorme pedazo de naturaleza casi virgen que uno puede recorrer sin aglomeraciones y sin hartarse, dada la variedad de los paisajes.

Si uno dispone de poco tiempo, lo mejor para visitar Laponia es enlazar directamente desde Helsinki con el avión matinal que con frecuencia diaria nos lleva hasta Ivalo, una pequeña ciudad de 3.500 habitantes, cuyo aeropuerto es el que está situado más al norte del país. La privilegiada situación de esta población, junto a los principales parques naturales, aconseja esta opción. Otra posibilidad, que requiere más tiempo, consiste en recorrer el país de sur a norte hasta Rovaniemi, nueve kilómetros por debajo del círculo polar ártico, aprovechando el viaje para visitar la región central de los lagos.

Desde Ivalo es fácil llegar a Saariselkä, junto al parque natural de Urho Kekkonen, uno de los mayores del país. Este parque, lindante con la frontera rusa, es famoso entre los aficionados finlandeses al trekking por la extensa red de refugios y la variada belleza de sus paisajes. Extensas estepas, semejantes a la tundra siberiana, se intercalan con bosques de abedules y altas piceas, árbol semejante al abeto pero con las piñas más alargadas. Son bosques de troncos estirados y ramas altas, a veces con un simple manto de helechos en su base, que permiten la visión profunda de su interior y nos recuerdan la imagen arquetípica del bosque de los cuentos infantiles. Los refugios de Laponia merecen una mención especial. Casi todos son gratuitos y son mantenidos por organizaciones de voluntarios que ocupan una semana de sus vacaciones en limpiarlos, reponer material –bombonas de gas, colchones y madera para hacer fuego- y señalizar caminos. Todos disponen de comunas donde se reciclan los deshechos y de un hornillo de cocina.

Otro famoso parque natural es el de Lemmenjoki, al que podemos acceder desde Inari. Este parque es atravesado por el río del mismo nombre, ancho y caudaloso, en cuyas orillas es frecuente encontrar buscadores de oro, otra de las aficiones de los lugareños. Uno de los principales senderos, paralelo al río, transcurre a lo largo de una arista elevada, formada por la erosión glaciar, que permite una visión privilegiada de ambos lados del recorrido.

La naturaleza en estos parajes está llena de sorpresas, como los grandes hormigueros de más de un metro de altura, formados por minúsculas ramas secas. Si nos paramos en silencio junto a uno de ellos, escucharemos el movimiento de los miles de hormigas en su interior. También podemos encontrarnos con algún reno que cruza una carretera o camino, aunque en verano suelen estar estabulados. Pequeños riachuelos con puentes de madera cruzan los senderos y, tarde o temprano, un nítido lago se asoma tras una colina. Acostumbrados como estamos a asociar la nieve con el invierno o las altas cumbres, nos sorprenderá, mientras paseamos por la estepa lapona en verano, encontrarnos con mojones de nieve en medio de la llanura.

Ya fuera de los parques naturales, seguiremos disfrutando de esta naturaleza salvaje y, afortunadamente, poco explotada, si conseguimos pasar nuestra estancia en una de las múltiples cabañas perfectamente acondicionadas que se alquilan por todas partes. No hay nada mejor para acabar el día, tras una larga caminata o una bajada por un rápido en rafting o en canoa, que tomar una sauna junto a nuestra propia cabaña y darse un baño a continuación en el lago.

La gastronomía en estas tierras tiene influencias tanto rusas como suecas, pero con algunas variaciones locales. Hay que tener en cuenta que la tradición culinaria debía colmar la necesidad de alimentar a una población que trabajaba a la intemperie en un clima muy frío y húmedo. Por eso, muchos de los platos son pesados, con grasas animales y derivados lácteos. Es muy típico el estofado de reno, cocinado con patatas y una espesa salsa. También encontraremos platos a base de pescados, principalmente arenques, truchas y salmón condimentado con eneldo. Los vegetales son infrecuentes, tan solo nos ofrecerán algún plato de ensalada en verano o un plato de patatas al horno, bañadas en mantequilla, con jamón o queso fundido. El alcohol está fuertemente grabado con impuestos en Finlandia, a excepción de las populares cervezas de tipo olut, que nunca superan el 5% de graduación alcohólica.

Para finalizar, una advertencia: si viajamos durante el mes de Julio, deberemos ir provistos de alguna crema antimosquitos cuando caminemos cerca de un lago. Ésta es la época en la que nacen cientos de miles de estos insectos. Algunos aficionados al trekking llevan unas mallas de red fina, enganchadas a sus sombreros, que podemos adquirir en cualquier establecimiento deportivo del país. Si vamos bien preparados es éste un inconveniente menor que constituirá tan solo una anécdota más entre los recuerdos de nuestro inolvidable viaje.


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