lunes, 30 de junio de 2008
Por las levadas de Madeira
La isla debe su nombre a la madera que poblaba el territorio en tiempos de su redescubrimiento por los viajeros portugueses del siglo XV. Hoy en día continúa siendo muy verde, sobre todo en su parte norte, de clima atlántico subtropical, donde todavía perviven grandes bosques de laurisilva como los que cubrían el sur de Europa hace miles de años y que también se hallan presentes en las Canarias que, junto a las Azores, son las islas hermanas de Madeira.
Si hace unos años era el destino estrella para las parejas de recién casados, hoy en día atrae principalmente a los amantes del trekking gracias a la densa red de caminos que atraviesan la isla, muchos de ellos trazados junto a las antiguas levadas, canalizaciones que se empezaron a construir hace siglos para distribuir el agua abundante del norte hacia las poblaciones y cultivos más secos del sur. En ocasiones se tuvo que horadar la roca cientos de metros para hacer pasar la levada, un aliciente más para recorrer estos canales. Eso sí, es aconsejable llevar una linterna para no meter el pie en el agua ni golpearse la cabeza con un saliente.
En la capital, Funchal, se respira un aire tranquilo. Sólo el mercado municipal, con la gran lonja de pescado que exhibe los enormes peces espada característicos de sus aguas, parece sustraerse de la calma reinante. Si queremos tener una vista amplia de la ciudad, no hay nada como subir hasta Monte, a 7 Km. ladera arriba, en el teleférico que sale desde el puerto. Allí existe un mirador privilegiado junto al Jardim do Palacio, un cuidado jardín botánico. Una manera divertida de regresar a la ciudad es hacerlo arrastrado por dos mozos vestidos de blanco en un carrito de madera, el carinho do cesto. Fue un medio de transporte usual hasta los años 80, aunque ahora sólo permanece como atracción turística.
Para los excursionistas no hay una ruta más espectacular que la que atraviesa los picos más elevados, Pico do Arieiro y Pico Ruvio, en el centro de la isla. El paisaje volcánico se entremezcla con la densa vegetación y en lo más alto un mar de nubes descansa bajo nuestros pies. Otro paisaje singular es el de Punta de Sao Lorenço, en el extremo Este. Allí la isla acaba, como si fuera una cola de lagartija, con una serie de islotes unidos, cada vez más estrechos, bordeados por acantilados de color rojizo. La falta de playas en la isla se compensa con creces gracias a las diversas piscinas naturales de agua marina. Las de Porto Moriz, en el noroeste, son las más emblemáticas, donde te puedes bañar tranquilamente protegido por un murete mientras oyes cómo rompen las olas justo al lado. Para quien quiera relajarse lejos de las zonas más frecuentadas, conviene acercarse a las pequeñas poblaciones de la costa del suroeste, como Paúl do Mar o Faja da Ovelha, situadas en la pendiente de una ladera, una terraza natural con vistas impresionantes al océano.
Para completar un buen día de caminatas y ensoñaciones el cuerpo pide su parte y no hay nada mejor que complacerlo con un plato típico, como el pez espada local con plátanos acompañado de un bolo do caco, un bollo de pan de maíz y ajo. Todo bien regado con una de las cuatro variedades de vino de Madeira, de más seco a más dulce. ¡Buen provecho!
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