viernes, 10 de julio de 2009

Primeras impresiones de Australia



Crónicas australes (I)

Entre los sucesivos cambios horarios, las eternas horas de vuelo, la alteración de la dieta y las diferentes lenguas habladas, la desorientación de estos primeros días de viaje ha sido tal que por un momento tenía la sensación de no ser ni yo mismo ni de tener el control sobre mi cuerpo. Por fin voy a pasar unos días sin elevarme demasiado y es ahora cuando puedo echar la vista atrás y detenerme un poco en las primeras impresiones de este viaje a las antípodas.

La primera escala, sin contar la parada técnica de Londres, ha sido en Kuala Lumpur, capital de Malasia. La ciudad me recuerda a Bangkok pero sin la vida callejera y mercantil de ésta. Chinatown aquí es una versión reducida y simplificada de la de Bangkok. El centro de la ciudad tiene el mismo caos circulatorio, un tren elevado parecido y comparables grandes centros comerciales, refugios contra el calor pegajoso. Sin embargo, no se respira la misma actividad y las mezquitas son mucho menos vistosas que los templos budistas. El orgullo de la capital son las afamadas torres Petronas, mastodónticas, de un lujo desbordante, como si quisieran convencernos de que de verdad de verdad Malasia ha despegado de la pobreza y ha aterrizado en el club de las economías emergentes que desafían a las de siempre.






En esta ciudad se aprecia mejor el contraste entre la modernidad materialista y la tradición ancestral y a menudo se fusionan los dos mundos en una sola imagen. La riqueza, sin embargo, no se mide por la altura de los edificios, sino por el bienestar de los ciudadanos.

La escala en Kuala Lumpur sirve para situar Australia en su justa distancia respecto la metrópolis europea. Porque la primera impresión es ésta: un territorio europeo o americano, occidental en cualquier caso, pasado por el tamiz de lo asiático. Bueno, en realidad la primera impresión fue que aquí hace mucho frío, y es que estamos en invierno. Pero sobre todo el mayor contraste ha sido la luz.



Aquí ahora el sol anda bajo durante todo el día, las sombras se alargan y el amanecer se prolonga hasta juntarse con el atardecer, que es prontito, antes de las 5. Aterrizamos en Melbourne, una ciudad multicultural, fruto de las sucesivas olas migratorias de procedencias diversas. Las últimas han sido las asiáticas, y han venido para quedarse y para transformar el paisaje humano del continente.





En la plaza principal, Federation Square, nos topamos con una concentración de tamiles que pedían apoyo tras la masacre del gobierno de Sri Lanka. En el museo de inmigración supimos que los años 50 fueron los del auge de la inmigración española, con un máximo de unas 3500 personas censadas, aunque en la actualidad no llegan a 2300. Una miseria en comparación con otras comunidades europeas, como la alemana, la italiana o la griega. Todavía hoy Australia es un país de inmigrantes. Un 25 % de la población ha nacido fuera y casi la mitad es hija de inmigrantes. Sin embargo, cada vez hay mayores restricciones. Y de los aborígenes, de momento ni rastro.

A un par de horas de Melbourne en tren, en Philip Island, uno puede reencontrarse con la naturaleza más o menos anterior a la civilización de corte occidental.



Allí vimos los primeros koalas en una reserva y asistimos a un espectáculo muy curioso, la Pinguin Parade, el recorrido que hacen por grupos, para protegerse de los depredadores, unos pingüinos enanos en una playa del sur, al atardecer, desde el mar hasta sus nidos en las colinas cercanas. Lástima que los rangers no dejaran hacer fotos.

Bueno, por ahora eso es todo. Esta mañana aterrizamos en Sydney y aquí nos quedaremos unos cuantos días. Nuestros amigos Jo y Will nos esperan mañana. ¡ Hasta pronto !

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