martes, 8 de septiembre de 2009

El Pais de las putas



El diario El Pais nos sorprendió a todos este final de verano con la publicación reiterada en su versión catalana de imágenes de prostitución callejera en los portales del mercado de la Boquería de Barcelona. El resultado, como era de esperar conociendo el modus operandi de las administraciones de este país, tan solo preocupadas por su imagen pública ante el cliente-elector-consumidor de la Barcelona guapa, ha sido la persecución pura y dura de las prostitutas hasta hacerlas invisibles.


La defensora del lector de El Pais se justificaba el domingo pasado, ante las críticas que tildaban el reportaje de mero acicate de la represión policial, con el argumento de que también se había generado un debate ciudadano sobre las políticas más adecuadas para solucionar este “problema”. No sé si se trata de un comentario cínico o de justificar lo injustificable. Por mucho debate ciudadano que se haya generado, resulta tan ingenuo pensar que la primera reacción de la administración pública iba a ser otra que la represión de las víctimas más vulnerables de este “problema”, es decir, de las putas extracomunitarias sin papeles, que cuesta creer que este diario siga presentándose como serio, progresista y crítico.

El periodista y el editor tienen que ser conscientes de las consecuencias de su elección de lo que es noticia y de la forma de presentarla. Se me dirá que esta vez soy yo el que peca de ingenuo pues ignoro que la función de un buen periodista hoy es publicar la noticia que más venda y de la forma que más enganche. Lo sé, pero entonces, ¿cuál es el “problema” del que se ha hablado estos días? Hay un problema de ocupación del espacio público pero aquí de lo que se ha hablado es de prostitución. Pero, si de lo que se trata es de vender y comprar en un mercado universal la mercancía que cada cual tenga más habilidad en obtener y ofrecer, ¿cuál es entonces el problema de la prostitución? ¿No están ofreciendo estas chicas en el mercado aquella única mercancía de la que pueden disponer en el marco de una ley de extranjería que las convierte en ilegales? ¿No es esta misma la razón por la que tienen que bajar los precios de sus servicios y ofrecerse en la puta calle, nunca mejor dicho, para ser competitivas en el mercado local del sexo?

Decía estos días una partidaria de la abolición de la prostitución que la prueba de que debería ser prohibida es que ningún padre o madre dejaría que su hija se dedicara a este oficio. Este comentario muestra el paternalismo de esta corriente. Si yo fuera padre, para empezar dejaría que mi hija mayor de edad hiciera uso de su libertad de elección y se dedicara a lo que quisiera. No me gustaría que se dedicara a la prostitución pero tampoco me gustaría que trabajara doce horas como cajera en un supermercado, como maquiladora en una fábrica de componentes electrónicos o que fuera la secretaria de un empresario explotador y se dedicara a reservarle hora en un spa o un campo de golf. Hay muchas formas de ser puta o puto. Yo mismo lo he sido. En efecto, durante casi veinte años he trabajado como informático para una entidad financiera en contra de mis ideales. Me he vendido por el buen sueldo y el horario de 8 a 3. Me he vendido “en cuerpo y alma”. He podido resistirlo porque en mi tiempo de ocio intentaba contrarrestar el daño de mi oficio con otras actividades más idealistas. Finalmente he podido salir pero me considero un privilegiado. Quien más quien menos tiene que hacer de puto o puta en este mercado en el que para sobrevivir debemos vender nuestra mercancía al mejor postor.



Mientras pensamos cómo diantres podemos todos, ellas y nosotros, dejar de ser putas, dejemos que estas pobres chicas trabajen en las mejores condiciones posibles, sin que tengan que ocupar el espacio público, legalizando y regulando su oficio de una vez.


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