lunes, 9 de noviembre de 2009
Ontogenia y filogenia cultural
Recuerdo que cuando estudiaba biología en el colegio, hace ya unos cuantos años, realicé un trabajo voluntario sobre la evolución. Ya entonces me fascinó una frase que aprendí de memoria y recitaba, no sin cierto narcisismo intelectual, a quien estaba dispuesto a escuchar mis hallazgos en el conocimiento de la vida: “la ontogenia es una recapitulación de la filogenia”.
Bien es cierto que no era la frase en sí sino el significado que encerraba lo que me resultaba fascinante. La ontogenia humana, es decir, el desarrollo del embrión humano desde su concepción hasta el nacimiento, pasa por una serie de estadios intermedios muy semejantes funcional y formalmente a los estadios por los que ha pasado la especie humana en su evolución, es decir, en su filogenia. Por poner un ejemplo, existe un estadio del desarrollo embrionario en el que feto humano es casi idéntico al de un pez, distinguiéndose incluso las formas de unas branquias. Los órganos vestigiales, como el apéndice, las muelas del juicio o los músculos de la oreja en los humanos, serían reductos de antiguos órganos necesarios en etapas evolutivas anteriores pero que ahora se han ido atrofiando hasta anular su funcionalidad. Por lo visto las ballenas conservan huesos en su parte posterior que son vestigios de antiguas extremidades posteriores de una supuesta etapa evolutiva terrestre.
Siguiendo el hilo de esta idea que, por lo visto, hoy en día está más o menos enterrada en el cajón de los hallazgos inútiles y al mismo tiempo dudosos, mi imaginación en seguida fue más allá de la teoría y se inventó una equivalencia cultural de este principio biológico: el desarrollo cultural y social de un ser humano desde que nace hasta que alcanza la etapa adulta plenamente madura sería equivalente al desarrollo cultural histórico de la comunidad social en la que se halla inmerso. Es decir, la analogía entre desarrollo individual y colectivo no acabaría con el nacimiento sino que seguiría hasta, al menos, la etapa adulta madura. El nacimiento de un ser humano correspondería al supuesto “nacimiento” de la especie humana con rasgos distintivos de su predecesora especie homínida de la que se derivaría. Y en efecto, quién puede negar la gran semejanza entre un bebé humano y un bebé chimpancé, por ejemplo. La infancia desplegaría la adquisición de toda una serie de capacidades que emularían el paso del paleolítico al neolítico, incluida la adquisición del lenguaje oral. Y en el nivel de los afectos, por ejemplo, quién no ha pasado por una etapa infantil en la que el deseo no distingue géneros o se enfoca hacia uno de los progenitores, es decir, una etapa en la que el amor se asemeja al concepto griego del amor y a toda esa amalgama de relaciones amorosas de los dioses y héroes que incluso nos han prestado sus nombres para designar nuestros complejos. Ahí está la adolescencia también y su rebelión contra la autoridad paterna puede encontrar su analogía en alguna de las revoluciones sociales que acabaron con un sistema autoritario anterior y que abrieron el camino hacia la democracia, o sea, hacia la independencia del poder respecto de una estirpe paternalista.
En fin, no digo yo que ésta sea una teoría firme y sólida pero las analogías son múltiples y ofrecen mucho juego. Y el mecanismo no parecería muy estrambótico. Se trata de pensar que una misma estructura funciona en niveles diferentes -neuronal, genético, social- produciendo resultados análogos. No se trataría tanto de una explicación causal determinista en el sentido sociedad-individuo o viceversa, sino más bien de una explicación sincrónica de analogía entre significados.
Para no alargarme y aburrir demasiado, desarrollaré una segunda parte de esta idea –la relación entre el dentro y el afuera o el microcosmos y el macrocosmos- en otro artículo.
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3 comentarios:
Hola! Qué flipe que hayas sacado esas conclusiones... No se me habría ocurrido en la vida... Pero desde luego sí que tienen su parecido.
Una vez más, encantada de leerte y reflexionar hasta bastante después de haber leído.
Vi un documental sobre el desarrollo de los bebés y tal y fue increíble... Es verdad de muy chiquitito se podría confundir con un chimapancé o con un pececillo o a saber con qué. Muy interesante vamos.
Te sigo leyendo. Un saludo!
Me alegro de que te estimule la reflexión. Eso siempre está bien y es muy necesario en esta sociedad donde ya quisieran que nos convirtiéramos en ovejitas. Bueno, un saludo y suerte con el Master !
Lo triste es que hay demasiada gente convirtiéndose en ovejitas... Me alegro de no formar parte de ese grupo :)
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