lunes, 6 de junio de 2011
Los retos del movimiento indignado
Hasta ahora el movimiento indignado ha conseguido convertir la plaza, antes lugar de paso y de consumo, en una verdadera ágora política. Por primera vez en este país en la plaza pública se hace política, se discute, se argumenta, se vota, directamente, sin intermediarios. La Política, con mayúsculas, no el politiqueo partidista, se ha expandido por las conciencias individuales convirtiendo a ciudadanos anónimos en sujetos políticos de sus anhelos y voluntades. Esto es ya de por sí un éxito rotundo del movimiento indignado que debería llenar de satisfacción a sus partícipes. Se ha sembrado una semilla y ha germinado. Pero ahora hay que cuidar a la pequeña planta, acompañarla en su crecimiento, para que poco a poco colonice el desierto circular de la democracia partitocrática y mercantilista en el que nos encontramos todavía.
¿Qué queremos hacer?
Los retos del movimiento indignado, ahora, son enormes. Para empezar, se tiene que tener clara conciencia de cuáles son los problemas que tenemos y, a partir de aquí, señalar las posibles soluciones teóricas. En mis artículos previos, “La democracia herida”, “Por qué soy antisistema” y “La falacia económica” ya abundé en el análisis de los problemas de nuestra democracia. La idea nuclear es que vivimos en una democracia formal pero no real. No es real porque quien toma realmente las decisiones importantes que afectan a nuestras vidas, son un pequeño conjunto de personas a quienes no podemos votar ni retirar nuestro voto, y que utilizan mecanismos económicos que no podemos modificar, ni nosotros ni nuestros políticos, al menos según nos cuentan ellos mismos. Hasta ahora hemos sobrevivido gracias a un contrato social no escrito en el que estas élites permitían establecer un estado de bienestar a cambio de conservar su poder. Pero con esta crisis se ha puesto en evidencia que esto ya no es así. El contrato social se ha roto. El egoísmo de los poderosos no tiene límite y nuestra democracia se encuentra, por lo tanto, secuestrada. El primer gran reto sería liberarla. Para ello hay que identificar estos mecanismos y blindarnos ante ellos. Conseguir, en definitiva, la autonomía política necesaria para establecer un nuevo contrato social en el que nuestras necesidades básicas, la vivienda, la sanidad, la educación y los alimentos, estén fuera del alcance de los mercados. Subordinar, en otras palabras, la economía a la política o conseguir, como llaman otros, la democracia económica.
¿Cómo lo vamos a conseguir?
El segundo gran reto consiste en el cómo. Se trata de clarificar el eterno debate entre reformistas y revolucionarios y tomar un camino claro. Por muy preclara que haya sido la identificación de los problemas y la formulación de los objetivos a conseguir, si no se define cómo se van a conseguir éstos, el resultado puede ser frustrante. La historia nos enseña que el camino revolucionario con frecuencia exige muchos sacrificios, no exentos de violencia. El reformismo, a su vez, casi siempre acaba fagocitado por el propio sistema que se intenta reformar. La élite que ostenta el poder económico va a hacer todo lo posible por no perder sus privilegios, así que el reto es tremendo. Tenemos que ser imaginativos y probar caminos nuevos. Yo me inclino por una revolución ética, de conciencias, que junto a una combinación de elementos reformistas y revolucionarios en el ámbito político y social, vaya minando por dentro las coartadas de los poderosos. Un ejemplo: si nos convencemos todos de que el rico lo es siempre, siempre, a costa de varios pobres y de que una muy importante dosis de felicidad no la da el dinero, seremos capaces de poner un límite al enriquecimiento personal y redistribuir mejor la riqueza.
La seducción del paso a paso
Pero quizás el reto principal consista en seducir a un mayor número de gente. Hay que conseguir que esta segunda fila de ciudadanos que en la foto se encuentran de pie, disimulando su escepticismo con gafas oscuras, pero al mismo tiempo curiosos, y dispuestos a participar si la música les suena bien, se incorporen a la primera línea y se apropien así del proceso. Si se van consiguiendo pequeñas victorias, paso a paso, el escepticismo se puede ir diluyendo poco a poco.
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